CUANDO LA MEMORIA VUELVE A CASA: 50 Años de un Latido Inquebrantable

Cuando la Memoria Vuelve a Casa: 50 Años de un Latido Inquebrantable

Reseña del encuentro de la promoción de 1975

 

Nunca he creído que la memoria sea un lugar distante. Para mí —que también fui formado entre estos corredores, hijo de una maestra inolvidable y egresado de 1997— la memoria siempre vuelve como un viento tibio que abre las ventanas del alma. Y el pasado 15 de noviembre de 2025, ese viento entró con fuerza en nuestra institución centenaria, la misma que desde hace 118 años sostiene su legado entre la fe y la razón, acompañando generaciones que han escrito con su vida parte de la historia de El Santuario.

Con anticipación nos habíamos preparado. La rectora Ángela Ruth Monsalve Patiño, el maestro de música Jhonier Valencia Valencia; nuestros artistas, los estudiantes de la media técnica en comercio y yo, afinamos cada detalle como si estuviéramos esperando el regreso de familiares que llevaban mucho tiempo lejos.

A las 8 de la mañana, algunos jóvenes de los grados 10B, 11C y 11B estaban listos, nerviosos y emocionados. Y allí, en la puerta principal, esperaban con una dulce galleta de chocolate y una taza de café o aromática para apaciguar el frío del amanecer. El reloj marcaba las 9:00 a. m., y con él comenzó el regreso.

La primera en cruzar la entrada fue doña Helda Duque, acompañada de su hermana, egresada de 1974. Llegaron desde Bogotá. Sus ojos brillaron cuando contaron que ellas estudiaron en la antigua sede —donde hoy funciona la Institución Educativa Senderos— cuando aún se llamaba Liceo San Luis Gonzaga. Me hablaron de esa época con una mezcla de nostalgia y orgullo, recordando que su promoción fue la primera en poner la primera piedra de lo que hoy conocemos como la sede Liceo, este espacio campestre que ahora habitamos y que seguimos construyendo con sueños de ciudadanía crítica y esperanza posible.

Mientras recorríamos juntos las instalaciones, los demás invitados comenzaron a llegar. Y con ellos, los abrazos que parecían cerrar un paréntesis de medio siglo. Algunos se miraban detenidamente, como queriendo enlazar el presente con el rostro adolescente que guardaban en el recuerdo.

Entonces brotaron frases que llenaban el aire de ternura:

“¿Tú eres Consuelo? ¡Cómo estás de cambiada!”

“Rosa María, ¿todavía sigues viviendo en La Chapa?”

“Yo también fui profesora aquí muchos años…”

Era como escuchar un eco antiguo que, sin embargo, vibraba con la fuerza del ahora.

La rectora los invitó al aula máxima. Allí los esperaba un homenaje artístico lleno de corazón. Doña Ángela, conmovida, dio la bienvenida a nombre del equipo de trabajo, a la casa de formación de niños, jóvenes y adultos; habló de la importancia de estos encuentros que fortalecen la educación y tejen lazos que perduran incluso después de graduarse. Agradeció al profesor Jhonier por su labor incansable y a mí por mantener vivo el puente con nuestros egresados.

Nuestro Maestro de música expresó su emoción y compartió cómo, gracias al apoyo de Yamaha, el Ministerio de Culturas y el MEN, la institución ha podido nutrir la dotación para la formación musical de nuestros jóvenes y que los avances del proceso formativo nos conducirán con la ayuda de Dios en el año 2026, a tener una orquesta propia. Cuando llegó mi turno, hablé desde el alma: les dije que para mí era un honor recibirlos en esta casa que ha sido mi hogar desde niño, que, como hijo de Rosa Dora Montoya Gómez, maestra de tantas generaciones, creo profundamente en la educación como el más poderoso instrumento de transformación. Y les recordé: esta siempre será su casa.

A las 9:30 comenzó el concierto, José Julián Arrieta, del grado 10C, abrió con una canción de 1983 de Los Abuelos de la Nada. Muchos la reconocieron como banda sonora de sus amores juveniles. Luego interpretó “Reminiscencias”, de Julio Jaramillo, y el aire se llenó de memoria: de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que nunca olvidaremos.

El escenario recibió después a Samuel Duque Giraldo, estudiante de séptimo grado e hijo de una familia emblemática del arte santuariano. Cantó “Camino Viejo”, de José A. Morales, y más de uno recordó su escuela primaria, las voces de doña

Inés o doña Marta, los cuadernos forrados y los días de uniforme. Luego interpretó “Los caminos de la vida”, arrancando suspiros y verdades.

Llegó entonces Estrella Velásquez, vestida de mariachi, con “Las chamaquitas”, mientras se preparaba para su siguiente intervención, los jóvenes del semillero musical de la sede Liceo —Jhonier Valencia docente de Artística, Alejandra Castaño del grado 10B, Matías Serna  y Samuel Murillo del grado 8A— nos regalaron a Danza de los Mirlos de Afrosound.
Estrella regresó para cantar una melodía con aires típicos colombianos, que habla de la injusticia y del olvido estatal; su voz se convirtió en un llamado dulce y firme para construir un país digno para todos.

Para cerrar, Samuel volvió con “El pastor”, de Los Cuates Castillo. La interpretación fue tan profunda que la rectora, conmovida, dijo que Samuel cantaba esa canción incluso con más sentimiento que sus propios familiares artistas. Ese comentario abrió un espacio espontáneo para dialogar sobre el talento que se ha sembrado en nuestra comunidad por generaciones.

Doña Ángela agradeció a Amparo Gómez Montoya, egresada de esta generación reunida, maestra de décadas y puente inquebrantable entre tantos egresados. Fue un momento lleno de lágrimas contenidas, de ojos brillantes, de ese silencio que solo se da cuando el corazón late fuerte.

Luego, el señor Juan Manuel Gómez, actual director de INFORDES El Santuario, uno de los egresados más queridos, tomó la palabra. Recordó las glorias y las tristezas de su vida, habló del mural en la placa deportiva de nuestra sede Liceo donde está su rostro y lo significativo para él por constituirse en un homenaje en vida que se le hizo como egresado ilustre. Narró cómo nació el torneo inter-veredal junto a don Toño Duque, cómo ese proyecto le permitió alfabetizar y cumplir lo que hoy son las horas sociales. En fin, su presencia como árbitro FIFA, como directivo en la liga antioqueña de fútbol, dentro de varios escenarios dentro de los que siempre ha prestado su servicio con alegría.

Después vino el recreo. Y como si el tiempo hubiera retrocedido, todos caminaron hacia la tienda escolar donde Blanquita los esperaba con un capuchino caliente y un pastel de vegetales. Allí, entre sorbos y risas, algunos me hablaron de mis padres, especialmente de mi papá, a quien tantos recordaban como “Caballo grande”. Sentí entonces que la historia no es una lista de fechas, sino un tejido vivo que nos sostiene y nos nombra.

Entre conversaciones, fotografías, abrazos y promesas de volver, doña Consuelo Herrera contó que había llegado de Estados Unidos a la una de la mañana solo para estar con su promoción. Dijo que siempre estará dispuesta a seguir aportando a la formación de los jóvenes y a construir memoria colectiva.

Así terminó este encuentro de medio siglo, un día en el que la memoria volvió a casa, caminó por nuestros patios, cantó con nuestros estudiantes, se abrazó a sí misma en los pasillos y nos recordó que la educación es, ante todo, un acto de amor que atraviesa generaciones. Los congregados terminaron su bonita jornada en El Club El Santuario e hicieron allí toda la remembranza de sus vidas y continuaron la construcción de recuerdos.

Y cuando los vi marcharse, comprendí que este no fue un simple encuentro: fue el milagro de reconocernos en el tiempo y de saber que, pese a las décadas, seguimos siendo una misma familia.

Por: Carlos Julio Duque Montoya

Docente de Filosofía y Ciencias sociales

Egresado 1997

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *